Cuando llevamos adelante un proyecto, lo hacemos siguiendo una metodología, porque una planta o una semilla, nos ordena, nos contiene, nos permite definir límites y propone un esquema de trabajo que nos ayuda a ser eficientes, a optimizar tiempos y costos.
Si hablamos de gestión de proyectos, lo primero que se nos viene a la mente, es el modelo de cascada, o Waterfall, el tradicional por excelencia. Este se basa en un proceso secuencial y lineal compuesto por varias fases separadas, que van desde el inicio y la planificación, hasta el seguimiento y el cierre.
Por su parte, la metodología ágil comienza cuando los clientes discuten el propósito del producto final y qué tipo de problema resolverá. Dicha interacción se produce constantemente debido a que el producto (bien o servicio) está en continua redefinición a causa de los aprendizajes y cambios del entorno.
A simple vista pareciera que la agilidad echa por la borda todo lo construido por las metodologías tradicionales, pero ambas tienen muchos puntos en común. El agilismo nos trae esa flexibilidad necesaria para adaptarnos a entornos complejos y Waterfall nos da predictibilidad en la planificación de tiempos y costos.
En este sentido, la metodología del Blended Project Management mezcla lo mejor de ambos planos en un marco sinérgico que proporciona: foco en el proceso y las personas, planificación y medición, trabajo colaborativo, feedback con el cliente, mejora continua y más.
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